Un sólo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos.



Los ojos del perro siberiano (fragmento)


[...]"Esta vez no era yo solo el que veía la sombra del ave de rapiña voalndo en círculos sobre la mesa familiar.
Terminamos de comer pasadas la once. El tiempo que pasó hasta el momento del brindis fue eterno.
Fue la segunda vez que tomé champagne. En el momento de las doce campanadas, toda la familia levanto sus copas. Pero ¿cómo desearle felíz año a alguien que probablemente no lo termine?
Me acerqué a Ezequiel y le dije un "te quiero" apenas susurrado. Él me abrazo y me dijo: "Yo también".
Era todo lo que necesitaba oír."[...]


Amemos la vida. Amemos a los demás. No discriminemos. No seamos aquello que no queremos que nos pase y tratemos a los demás como queremos que sean con nosotros. Todos somos seres humanos.Dígamos a la VIDA...

P.D.: Este libro es uno de los mejores que leí y sobre todo uno de los que mas me hicieron llorar. Me abrió los ojos y me enseñó a ver la vida desde una óptica diferente. A veces nos hace falta ponerse en el lugar del otro para saber lo que siente y aprender de sus experiencias. También me enseñó que la discriminación es una cosa absurda producto de mentes cerradas que no se atreven abrirse al mundo y percibir las cosas de manera diferente. La gente con miedo discrimina... No tengamos miedo...seamos de mente abierta y aceptemos a los demás no a pesar de las diferencias sino amemoslos por eso... De todos siempre se puede aprender.

Mr. Mojo risin' le amo♥


(hay personas que nunca entenderán el significado de éstas dos palabras:
JIM MORRISON
)

Mary Austin: La única mujer que Freddie amó

A principio de la década de 1970, Mercury tuvo una relación de larga duración con Mary Austin, a quien conoció gracias a Brian May y vivió con ella muchos años en West Kensington. A mediados de dicha década, el cantante tuvo un encuentro amoroso con un ejecutivo de la compañía Elektra que acabó con la relación que tenía con Austin. Mercury y Austin mantuvieron una cercana amistad a lo largo de los años y el cantante se refería a ella como su única amiga de verdad. En una entrevista de 1985, afirmó: "Todos mis amantes me preguntan por qué no puedo reemplazar a Mary [Austin], pero eso es sencillamente imposible. La única amiga que tengo es Mary y no quiero a nadie más. Para mí, ella es como una esposa. Para mí era como un matrimonio. Confiamos en el otro, eso me basta". Escribió muchas canciones sobre Austin, entre las cuales se destaca "Love of my life". Mercury fue además el padrino del hijo mayor de Austin, Richard. El mundo se sorprendió cuando Freddie legó la mayor parte de su multimillonaria fortuna a Mary. Cuando Freddie le dijo por primera vez que deseaba dejarle su majestuosa mansión georgiana en el barrio londinense de Kensington, su reacción inmediata fue sorpresa, y después temor. De hecho, le aterrorizaba tanto asumir tan enorme responsabilidad que intentó convencerle de que destinara la casa, con su hermosa colección de mobiliario antiguo y pinturas, a una fundación como museo. Freddie consideró esta opción, pero decidió que quería que Mary tuviese algo permanente en su vida. No sólo le dejó su mansión, que se alza tras un amurallado jardín japonés, sino también parte de la multimillonaria fortuna, con un ingreso de por vida procedente de sus enormes ventas de discos. Durante el año anterior a su muerte, Mary se las tuvo que ingeniar para cuidar a su hijo Richard, al padre de éste Piers Cameron, además de a Freddie que padecía las etapas finales del SIDA. Al mismo tiempo se preparaba para el nacimiento de su segundo hijo, Jamie. Mucho antes de que Freddie le dijera a sus amigos íntimos o a sus compañeros del grupo Queen que tenía SIDA le confió su secreto a Mary. Desde aquel momento ella estuvo cada día para intentar consolarle mientras su salud deterioraba. Cuando comenzó a perder la vista y su cuerpo se volvió tan débil que no podía siquiera levantarse de la cama, Freddie decidió enfrentarse a la muerte rechazando tomar la medicación. Tras su muerte, el 24 de Noviembre de 1991, Mary se mudó a su nuevo palaciego hogar, pero se encontró con que había mucho a lo que hacer frente; la respnsabilidad de la casa con su personal, y el hecho de encontrarse de repente con una enorme fortuna. Hubo algunas complicaciones con el testamento, ya que a algunos de los amigos y parientes de Freddie les molestó que le dejara tanto. Solo Mary sabe donde fueron finalmente colocadas las cenizas de Freddie Mercury. Le dio a ella la responsabilidad de encargarse de ellas y le hizo prometer que nunca revelaría donde fueron enterradas.

La Balada del álamo carolina - Haroldo Conti

Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un
árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo.
Este álamo Carolina nació aquí mismo, exactamente, aunque el álamo carolina, por lo que se sabe, viene mediante estaca y éste creció solo, asomó un día sobre esta tierra entre los pastos duros que la cubren como una pelambre, un pastito más, un miserable pastito expuesto a los vientos y al sol y a los bichos. Y él creyó, por un tiempo, que no iba a ser más que eso hasta que un día notó que sobrepasaba los pastos y cuando el sol vino más fuerte y tembló la tierra se hinchó por dentro y se puso rígido y sentía una gran atracción por las alturas, por trepar en dirección al cielo, y hasta sintió que había dentro de él como un camino, aunque todavía no supiese lo que era eso, lo supo recién al año siguiente cuando los pastos quedaron todavía más abajo y detrás de los pastos vio un alambrado y detrás del alambrado vio el camino, que es una especie de árbol recostado sobre la tierra con una rama aquí y otra allá, igual de secas y rugosas en el invierno y que florecen en las puntas para el verano, pues todas rematan en un mechoncito de árboles verdaderos. Por ahí andan los hombres y el loco viento empujando nubes de polvo. También ya sabía para entonces lo que era una rama porque, después de las lluvias de agosto, sintió que su cuerpo se hinchaba en efecto aquí y allá y una parte de él se quedó ahí, no siguió más arriba, torció a un lado y creció sobre la tierra de costado igual que el camino.
Ahora es un viejo álamo carolina porque han pasado doce veranos, por lo menos, si no lleva mal la cuenta. Ahora crece más despacio, casi no crece. En primavera echa las hojas en el mismo sitio que estuvieron el otro verano y por arriba brotan unas crestitas de un verde más encarnado pero al caer el sol se encienden como por dentro, pero él ahora no pretende más que eso, esa dulce luz del verano que lo recubre como un velo. Y dentro de esa luz está él, el viejo álamo, todo recuerdo. De alguna manera ya estaba así hace doce veranos cuando asomó sobre la tierra y crecer no fue nada más que como pensarse. Sólo que ahora recuerda todo eso, se piensa para atrás, y no nace otro árbol. En eso consiste la vejez. Verde memoria.
Ahora es el comienzo del verano justamente y acaba de revestirse otra vez con todas sus hojas, de manera que como recién están echando el verde más fuerte (son como pequeños árboles cada una) por la tarde, cuando el sol declina y se mete entre las ramas el álamo se enciende como una lámpara verde, y entonces llegan los pájaros que se remueven bulliciosamente entre las hojas buscando donde pasar la noche y es el momento en que el viejo álamo carolina recuerda. A propósito de la noche, los pájaros y el verano. Recuerda, por ejemplo, a propósito de los pájaros, el primero de ellos que se posó sobre la primera rama, que ha quedado allá abajo pero entonces era el punto más alto, ya casi no da hojas y es tan gruesa como un pequeño árbol. En aquel tiempo era su parte más viva y sintió el pájaro sobre su piel, un agitado montoncito de plumas. Descansó un rato y luego reemprendió el vuelo. Recién dos veranos después, cuando divisó la primera casa de un hombre y detrás de ella la relampagueante línea del ferrocarril, una montera armó un nido en la horqueta de la última rama. Cortó y anudó ramitas pacientemente y así el álamo se convirtió en una casa, supo lo que era ser una casa, el alma que tiene una casa, como antes supo del camino y del alma del camino, ese ancho árbol florecido de sueños. El nido se columpiaba al extremo de la rama y él, aunque gustaba del loco viento de la tarde, procuraba no agitarse mucho por ese lado, le dio todo el cobijo que pudo, echó para allí más hojas que otras veces.
Al final del verano los pichones saltaron del nido y los sintió desplazarse temblorosos sobre la rama con sus delgadas patitas, tomar impulso una y otra vez y por fin lanzarse y caer en el aire como una hoja. Un árbol en verano es casi un pájaro. Se recubre de crocantes plumas que agita como el viento y sube, con sólo desearlo, desde el fondo de la tierra hasta la punta más alta, salta de una rama a otra todo pajarito, ave de madera en su verde jaula de fronda.
Ese verano fue el mismo del ferrocarril. Antes viene la casa. No vio la casa por completo, ni siquiera cuando, años después, trepó mucho más alto, sino lo que ve ahora mismo desde el brote más empinado, un techo de chapas que se inflama con el sol y una chimenea blanca que al atardecer lanza un penacho de humo. A veces el viento trae algunas voces. Con todo él ha llegado hasta la casa en alguna forma, a través de las hojas de otoño que arrastra el viento. Con sus viejos ojos amarillos ha visto la casa aun por dentro, ha visto al hombre, flaco y duro con la
piel resquebrajada como la corteza de las primeras ramas, la mujer que huele a humo de madera, un par de chicos silenciosos con el pelo alborotado como los plumones de un pichón de montera.
Con sus viejas manos amarillas ha golpeado la puerta de tablas quebradas, ha acariciado las descascaradas paredes de adobe encalado, y mano y ojo y amarillas alas de otoño ha corrido delante de la escoba de maíz de Guinea y trepado nuevamente al cielo en el humo oloroso de una fogata que anuncia el frío, el tiempo dormido del árbol y la tierra.
El ferrocarril pasa por detrás de la casa pero hubo de trepar hasta el otro verano, cuando volvieron las hojas y los pájaros, para entrever el brillo furtivo de las vías cortando a trechos la tierra. Ya había sentido el ruido, ese oscuro tumulto que agitaba el suelo porque el árbol crecía tanto por arriba como por debajo. Por debajo era un árbol húmedo de largas y húmedas ramas nacaradas que penetraban en la tibia noche de la tierra.
Por ahí vivía y sentía el árbol principalmente, por ahí su día era un día del mundo, así de ancho y
profundo, porque la tierra que palpitaba debajo de él le enviaba toda clase de señales, era un fresco cuerpo lleno de vida que respiraba dulcemente bajo las hojas y el pasto y sostenía cuanto hay en este mundo, incluso a otros árboles con los cuales el viejo álamo Carolina se comunicaba a través de aquel húmedo corazón.
Al este, por donde nace el sol, había un bosque. Lo divisó una mañana con sus ojos verdes más altos y todas sus hojas temblaron con un brillo de escamas. Era un árbol más grande, el más grande y formidable de todos. Al caer la tarde, con el sol cruzado barriendo oblicuamente los pastos que parecían mansas llamitas, los árboles aquellos ardieron como un gran fuego. Por la noche, el álamo apuntó una de sus delgadas ramas subterráneas en aquella dirección y recibió la respuesta. No era un árbol más grande, era un bosque, es decir, un montón de ellos, tierra emplumada, alta y rumorosa hermandad.
¿Por qué no estaba él allí? ¿Por qué había nacido solitario? ¿Acaso él no era como un resumen del
bosque, cada rama un árbol? Todas estas preguntas le respondió el bosque, sus hermanos, noche a noche.
Esta y muchas otras porque a medida que se ponía viejo, en medio de aquella soledad, se llenaba de tantas preguntas como de pájaros a la tardecita. Los árboles no duermen propiamente, se adormecen, sobre todo en invierno cuando las altas estrellas se deslizan por sus ramas peladas como frías gotas de rocío. Es entonces cuando sienten con más fuerza todas aquellas voces y señales de la tierra. Los animales de la noche salen de sus madrigueras y roen la oscuridad, un pájaro desvelado vuela hacia la luz de una casa, un bulto negro trota por el camino, los grillos vibran entre los pastos como cuerdas de cristal, un perro aulla en la lejanía, el hombre se da vuelta en la cama y piensa cuántas fanegas dará el cuadro de trigo.
En este mismo momento, en esta noche tan quieta, la semilla está trabajando ahí abajo, el árbol la siente germinar, siente su pequeño esfuerzo, cómo se hincha y se despliega y recorre, pulgada por pulgada, el mismo camino que ha trazado el deseo del hombre, que ha vuelto a dormirse y sueña con una suave marea de espigas amarillas.
Y fue por ahí, por la tierra, que el árbol tuvo noticias del ferrocarril cuando un día sintió ese tumulto que subió por sus raíces. Tiempo después, luego de divisar la morada del hombre, vio por fin aquella alocada y ruidosa casa que con chimenea y todo corría sobre la tierra, y supo por ella que además de los pájaros gran parte de cuanto vive se mueve de un lado a otro y el viejo álamo, que entonces no era tan viejo pero sí árbol completo, sintió por primera vez el dolor de su fijeza.
Él sólo podía ir hacia arriba trazando un corto camino en el cielo y al comienzo del otoño volar en
figura según el viento en la trama de sus hojas. En cierto momento, después de la casa, el tren se
transportaba entre sus ramas y a veces el penacho de humo llegaba hasta el mismo álamo. Esto dependía del viento, del cual, por instrucción de los pájaros, el viejo álamo había aprendido a extraer otros muchos
sucesos. Según soplase, él agitaba sus hojas como verdes plumas y simulaba temblorosos vuelos.
El viento subía y bajaba en frescas turbonadas por dentro de aquella jaula vegetal provocando, de acuerdo a la disposición del follaje, murmullos y silbidos que complacían al árbol músico.
Todo esto se aprende con los años, un verano tras otro, y luego para el árbol son materia de recuerdo en el invierno. El invierno comienza para él con la caída de la primera hoja. Un poco antes nota que se le adormecen las ramas más viejas y después el sueño avanza hacia adentro aunque nunca llega al corazón del árbol. En eso siente un tironcito y la primera hoja planea sobre el suelo. Así empieza. Después cae el resto y el viento las revuelve, las dispersa, corren y se entremezclan con las hojas de otros árboles, cuando el viejo álamo Carolina ya se ha adormecido y piensa quietamente en el luminoso verano que, de algún modo, ya está en camino a través de la tierra, por el tibio surco de su savia. La lluvia oscurece sus ramas y la escarcha las abrillanta como si fuesen de almendra. Algunas se quiebran con los vientos y el árbol se despabila por un momento, siente en todo su cuerpo esa pequeña muerte aunque él
todavía se sostiene, sabe que perdurará otros veranos. Hasta que allá por septiembre memoria y suceso se juntan en el tiempo y un dulce cosquilleo sube
desde la oscuridad de la tierra, reanima su piel, desentumece las ramas y el viejo álamo Carolina se brota nuevamente de verdes ampollas. El aire ahora es más tibio y el hombre, al que observa desde el brote más alto, recorre el campo y espía las crestitas verdes que acaban de aparecer sobre la tierra.
Para mediados de octubre el viejo álamo está otra vez recubierto de firmes y oscuras hojas que
brillan con el sol cuando la brisa las agita a la caída de la tarde. El sol para este tiempo es más firme y proyecta sobre el suelo la enorme sombra del árbol.
Fue en este verano, cuando el sol estaba bien alto y la sombra era más negra, que el hombre se acercó por fin hasta el árbol. Él lo vio venir a través del campo, negro y preciso sobre el caballo sudoroso. El hombre bajó del caballo y penetró en la sombra. Se quitó el sombrero cubierto de tierra, después de mirar hacia arriba y aspirar el fresco que se descolgaba de las ramas, y se quitó el sudor de la frente con la manga de la camisa.
Después el hombre, que parecía tan viejo como el viejo álamo Carolina, se sentó al pie del árbol y se recostó contra el tronco. Al rato el hombre se durmió y soñó que era un árbol.

Quisiera ser G.R.O.U.P.I.E
Jajajajajajajajajajajjajajajajaja
[...]En la oscuridad, vio brillar un horrible recuerdo. Su madre lo había llevado al zoológico de Boston y él había estado observando un pájaro enorme. Tenía las plumas más hermosas que había visto en su vida, de un rojo púrpura y un azul encendido. Pero sus ojos eran muy tristes. Preguntó a su madre de dónde procedía ese pájaro y al oír decir que de África, comprendió que el ave estaba condenada a morir en aquella jaula, lejos del lugar al que Dios la había destinado. Entonces se echó a llorar. Su madre le compró un helado y él interrumpió el llanto por un rato; pero luego volvió a pensar en ello y comenzó a llorar de nuevo. Mientras volvían a casa en el tranvía que los llevaba de regreso a Lynn, su madre le dijo que era un niño tonto y afeminado.
Aquellas plumas... Aquellos ojos... [...]


[...]En un libro, todo habría salido de acuerdo con el plan, pero en la vida era tan jodidamente desordenada... ¿Qué se puede decir de una existencia en la que alguna de las conversacionesmás cruciales ocurrencuando uno no tiene necesidad de evacuar, una existencia en la que ni siquiera existen los capítulos? [...]



-Te visitará un extranjero alto y oscuro-dijo la gitana a Misery, quien, asombrada, comprendió al instante dos cosas: ésa no era una gitana y no estaban solas en la tienda. Pudo oler el perfume de Gwendolyn Chastain en el instante en que las manos de la loca se cerraron rodeando su cuello.
-En realidad-observó la gitana que no era una gitana-, creo que ya está aquí.
Misery trató de gritar, pero ya no podía ni respirar.


S. K.

rock n' roll
rock n' roll
rock n' roll
rock n' roll

rock n' roll

rock n' roll

rock n' roll

rock n' roll

rock n' roll



Saved
my LIFE

Una de las más fascinantes y espeluznantes historias que atesora el cementerio de la Recoleta

La historia de Rufina Cambaceres: "La dama de blanco"
Del acervo de fascinantes historias, públicas y privadas, encantadoras o macabras,
sugestivos relatos sobre el tradicional Cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires, quisiera rescatar uno en particular que se ha quedado plasma
do de manera casi diría sonora en el tapiz de mi alma.
Se trata de la historia de una joven, su nombre: Rufina
Cambaceres , quien pasó por esta vida casi como en un suspiro, en una mixtura de amor , horror y tragedia, solo Dios sabe porqué...
Pródigas y variadas son las versiones existentes sobre l
a vida y muerte de esta muchacha: se dice que murió de amor, también de catalepsia, otros aseguran que es la "dama de blanco", rondando en los corredores de la antigua necrópolis.... Veamos someramente la historia...
Eugenio Cambaceres, escritor bonaerense de la década d
el 1800 , intentó exponer ante los ojos de todos las hipocresías de la gazmoña alta sociedad de fines del siglo con sus ácidas obras, y por añadidura fue rechazado socialmente a causa de haber elegido para contraer matrimonio a Luisa Baccichi, quien había nacido en la ciudad italiana de Trieste habiendo arribado a una moralista Buenos Aires integrando uno de las tantos conjuntos de bailadoras inmigrantes, tan mal vistas por la sociedad de esa época.
Como único fruto de este matrimonio, nace Rufina, a quien desde la más tierna edad también persiguió la censura de la que fue víctima su madre, quien era apodada por la "gente bien" como "La Bachicha", en burlesca alusión a su apellido y origen. S
uponemos que no debe haber sido fácil la vida de esta joven.
Como añadido, quiso el destino llevarse de esta vida a su padre, Eugenio Cambaceres enfermo de tuberculosis, y así Luisa y Rufina quedaron solas, en un palacete sito en la calle Montes de Oca y una estancia, "El Quemado", como parte de su herencia.
La niña desarrolló un carácter contenido y solitario. Mientras que su madre, un par de años después de la muerte de Cambaceres , pasó a convertirse e
n "la querida" de Hipólito Irigoyen, el único presidente soltero que tuvo la Argentina y con quien tuvo luego un segundo hijo, Luis Herman, el cual solicitó autorización para usar el apellido Irigoyen (con "i" latina), anteponiéndolo a su apellido materno, lo que fue aceptado por la Justicia. Medio hermano de Rufina, quien en estos temas estaba ajena como era de costumbre en esa sociedad que preservaba a las jovencitas de "ciertos temas".

Un libro reciente la bautizó "La escondida, y es porque Luisa Bacichi estuvo en silencio junto a Yrigoyen desde la primera presidencia sin que esto toma
se estado público oficial.
Para ese entonces Rufina ya había cumplido catorce años, era muy agraciada y cantidad de mozos rondaban la antigua casona de Montes de Oca, sin ob
tener no obstante sus favores. Ella sabía a quien amaba, con ese silencio que la caracterizaba.
Corría el año 1902, algunos hablan de 1903..., pero fue el día 31 de mayo en que Rufina cumplía sus diecinueve años, y Luisa había dispuesto una importa
nte celebración para terminar luego la noche en el Teatro Colón disfrutando de una función lírica. Tales eran los planes. Sin embargo, el destino movió los hilos en un sentido diferente.
Según cuentan, ese día del cumpleaños diecinueve de Rufina, mientras ella se estaba acicalando para dirigirse al teatro, recibió de labios de su amiga íntim
a una revelación que desencadenaría los hechos subsiguientes. Esta le confesó un secreto que había mantenido bajo resguardo durante largo tiempo y sintió el momento de revelarlo. ¿ Y de qué se trataba? Pues que el mismísimo novio de la niña mantenía relaciones con su bella madre, que eran amantes. El impacto que le produjo esta confidencia ocasionó a Rufina tal lacerante dolor, que su corazón literalmente se destrozó y le provocó la muerte en el acto.
Ese fue el momento en que Luisa oyó el aullido pavoro
so de la mucama que halló a Rufina, corrió a su recámara y la halló tendida en el suelo, inmóvil, muerta. Uno de los médicos presentes diagnosticó un síncope. Tres médicos certificaron que Rufina había muerto.

Hipólito Yrigoyen se cuidó de acompañar a Luisa e inhu
mar sus restos en la Recoleta.

Sin embargo, esta funesta historia no había acabado aún; el espanto recién comenzaba.

Un par de días más tarde, el cuidador de la bóveda de los Cambaceres debió comunicar a Luisa que descubrió abierto y con la tapa quebrada el féretro de Rufina. El cajón se había movido; y cuando lo abrieron, encontraron a la joven con el rostro
y las manos arañados y amoratados.
Se cuenta que Rufina habría sido víctima de un ataque de catalepsia y despertó en la oscuridad del sepulcro para rendirse y volver a morir después de una desconsolada y estéril pelea.

Oficialmente se manifestó que se había tratado de un hurto, dado que la niña había sido enterrada con sus joyas más lucidas; no obstante, a Luisa
le tocó vivir el resto de su vida remordida por el conocimiento y certidumbre de que su hija había padecido un ataque de catalepsia por lo que fue sepultada viva.

Una versión más retorcida y no comprobada, que aparece en un libro de Victoria Azurduy y avalaría la anécdota de "la amiga", dice que la madre de Rufina, Luisa , le proporcionaba un somnífero a su hija para poder encontrarse clandestinamente con su amante, que era verdaderamente el pretendiente de la hija. Parece que esa noche, la joven tomó una dosis más fuerte e ingresó en un coma profundo, del que despertó en la tumba.

Ese es el motivo por el cual en el monumento que recuerda a Rufina se la representa tratando de asir el picaporte de una puerta. Imagen dolorosa y trágica, como suelen ser tanto el amor como la intolerancia.

Mientras, la trágica escultura de Rufina Cambaceres impera eternamente entre las brumas y las luces mortecinas de la Recoleta, intentando tal vez inmor
talizar a la joven hija del escritor Eugenio Cambaceres y su esposa Luisa, como padeciendo un castigo por la censura de la sociedad de su tiempo.