Un sólo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos.



Quiero que todo el mundo esté corrompido hasta los huesos.
Mi libertad alcanzó una sabiduría de pájaro; y así es como habla la sabiduría de pájaro: «¡Mira, no hay ni arriba ni abajo! ¡Lánzate de acá para allá, hacia adelante, hacia atrás, tú ligero! ¡Canta!, ¡no sigas hablando! ¿Acaso todas las palabras no están hechas para los pesados? ¿No mienten, para quien es ligero, todas las palabras? Canta, ¡no sigas hablando!»
En tus ojos he mirado hace un momento
y en lo insondable me pareció hundirme.
Pero me sacaste fuera con un anzuelo de oro;
burlonamente te reíste cuando te llamé insondable:
"ese es el lenguaje de todos los peces, dijiste, lo que ellos no pueden sondear, es insondable.
Pero yo soy tan sólo VARIABLE Y SALVAJE."
la vida se me va de las manos, se me escurre
y yo (conformista) pienso que está bien esperar
No importa qué, importa cómo.

Renazco,
irrumpo,
inquiero,
engancho,
rompo el sello de clausura,
mi vida muerta no tiene secretos,
no esconde la nada,
y la nada, por otra parte,
nunca ha lastimado a nadie;
lo que me lleva imperiosamente
a retornar al interior es esa ausencia desoladora que pasa
y que por momentos me hunde,
pero en ella veo con claridad,
tanto que hasta sé qué es la nada, y podría decir que hay en su interior.
Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.
y sin querer yo formar parte de tí,
por fin, me despertaré...
Sans toi, les émotions d'aujourd hui ne seraient que la peau morte des émotions d'autrefois
el sobresalto asiste
al soñador
mientras se está soñando
siempre
hay salvación, dicen... 
hace noches que muero
en este insomnio
por no estar en tus sueños
Desearía ser el verbo confiar y nunca decepcionarte.

En el cielo...

No puedo ni pensarte sin que una lágrima salga rodando.
¿Qué estarás haciendo?
¿Me enviarás luz y amor todos los días, a cada hora?
Yo sí lo hago.
Desearía poder escribirte algo más bonito y poder darte un último beso,
inventarte una palabra hermosa que designe tu cariño...

PERO: la palabra más puta de todas.
Pero no estoy sola, tengo compañía.
Una guerra interna que no me deja ser.

¿Te gustaría borrar un recuerdo doloroso?

Espantoso juego del amor, en el cual es preciso que uno de ambos jugadores pierda el gobierno de sí mismo.

Hombre de luz, 
Que vuelas al espacio 
Señálame la ruta al sol. 
Quiero estar allí volando 
De un modo azul 
Sentir sus colores 
Mañana en su luz… 
Hombre de luz 
Que vuelas al espacio, 
Señálame la ruta al sol 
Quiero estar allí volando 
De un modo azul 
Sentir sus colores 
Mañana en su luz.
"Jadis, si je me souviens bien, ma vie était un festin..."
voy a extrañar una canción
y ninguna más
ya que esta la encontré
en tu dormitorio.

Puede ser que esté un poco muerta. Muerta de frío, muerta de miedo, muerta de amor, muerta muerta.
te mentí porque es lo que sé hacer.
me gustaría crear un universo de papel.
veo como te vas
así como el azúcar se escurre entre los dedos
cuando lo único que quise siempre era despertar en tu mundo sin dolor.
Súbitamente comprendí que todas las cosas sólo van y 


vienen incluido cualquier sentimiento de tristeza, también se 


irá, triste hoy alegre mañana, sobrio hoy borracho mañana 


¿Por qué inquietarse tanto?
Mi testigo es el cielo vacío.

No sólo quien nos odia o nos envidia
 nos limita y oprime, quien nos ama
 no menos nos limita.
¿Hay alguna manera de estar con vos y no sentirme tan culpable?
Y ahora que lo pienso, supongo que algunos seres fuimos hechos para sentir solamente la tristeza.
Esa amarga sustancia, que se diluye en la gargante y se petrifica y no deja respirar.
Veo veo las palabras nunca son
lo mejor para estar desnudos

Ni la anaconda es como el buey
ya no hay más reyes de la selva
Toda toda la ternura me darás
si te ofrezco ser carne de tu cuerpo


No estoy atado a ningun sueño ya
Las habladurías del mundo
no pueden atraparnos
Todo cuelga de un cabello invisible blanco.
Suena provocando ondas en el aire con su movimientos.
Y me pregunto, ¿ son tus dedos lo suficientemente largos
para tocar las viejas llaves de los ecos?
¿Es el silencio lo suficientemente fuerte para cargar
música a nuestras almas y regresar nuevamente?
Mucho observo pero no entiendo.
Y la lluvia continúa con aquel sonido
cayendo sobre el techo.
Hay un mundo bidimensional
para aquellos que descuidan
las cosas irreconciliables del amor.
Nadie es libre. Estamos encadenados a nuestra propia voluntad.
"Si ella muere, para mí el mundo es una puesta en escena, pueden levantarlo todo, enrollar el cielo y cargarlo en un camión, apagar ésta luz bellísima del sol que me gusta tanto, ¿y sabes por qué? porque me gusta ella iluminada por el sol. Pueden llevarse todo, éstas alfombras, los edificios, la arena, el viento, las ranas, las sandias maduras, el granizo, las siete de la tarde, mayo, junio, julio, la albahaca, las abejas, el mar, los calabacines, ¡los calabacines! ¡encuéntrame ésta glicerina amigo Al Giumei-li!"
acabemos con esto de una vez
llevate todo lo que quieras
pero no olvides que
ya no tengo nada más para darte.
te necesito
pero eso mata.

tengo una inmensa sed de vos
porque estoy necesitando de esa amarga felicidad una vez más
y alguien se olvidó
no hay ciudades solitarias
voy a volver
y te amo tanto que no puedo
despertarme sin amar
yo estoy acá
yo sigo acá
yo no soy yo
yo soy mi alma
y mi alma se fue con vos.
Para que nada nos separe,
que no nos una nada,
Pero mi cuerpo siempre te conocerá,
mi pensamiento siempre te recordará,
cada canción, imagen u olor
a mí te traerá. 
Mis certezas desayunan dudas. Y hay días en que me siento extranjero en Montevideo y en cualquier otra parte. En esos días, días sin sol, noches sin luna, ningún lugar es mi lugar y no consigo reconocerme en nada, ni en nadie. Las palabras no se parecen a lo que nombran y ni siquiera se parecen a su propio sonido. Entonces no estoy donde estoy. Dejo mi cuerpo y me voy, lejos, a ninguna parte, y no quiero estar con nadie, ni siquiera conmigo, y no tengo, ni quiero tener, nombre ninguno: entonces pierdo las ganas de llamarme o ser llamado.


A veces el bajón demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción.
-¿hope?
It's gone.
-Prefiero morir de frío que de vos.- you said to me.
¿Qué es peor: el odio o el desamor?
¿O el amor?
Hablo de mí, cualquiera se da cuenta, pero ya llevo tiempo sabiendo que en el mí estás vos también.



Cuando, mi vida, cuando.
Destruyéndonos. Así hemos
vivido.
Como entre una alucinación
lo íbamos violentando todo.
No sabíamos ordenar nuestro
destino.
‎Mis tristezas se las destino

a los que me hicieron sufrir,



pero me olvidé cuáles fueron,

y no sé dónde las dejé
,


si las ven en medio del bosque

son como las enredaderas


suben del suelo con sus hojas

y terminan donde terminas,



en tu cabeza o en el aire,

y para que no suban más



hay que cambiar de primavera.

Por primera vez en su vida se dio cuenta de que estaba sola.
Se le hizo presente su esqueleto, impersonal, pesado, frío. Y alrededor de esa estructura ajena vio acumularse su carne, una materia por la que no sentía el menor cariño, que correspondía a su desdén tensándose del vientre a la garganta para propinarle un dolor sordo y constante. Era como tener el alma atravesada por un clavo, en el fondo de un mundo convertido en jalea, condenada a ahogarse por la eternidad. “¿Quién soy yo? ¿Me lo puede decir alguien? ¿Cómo, si nadie me ha visto nunca? ¡Me duele, me duele! Soy una llaga esperando la mirada ajena para poder cicatrizar. Una rana que nunca se convertirá en princesa. Un adefesio que cuando quiere dar, sólo da asco. ¡Por indiferente, el mundo es mi castigo!

A destiempo

Te extraño tanto... Por eso odio los domingos, quisiera poder decírtelo. A veces no alcanza con pensar que estás siempre conmigo, necesito abrazarte o hacerte reír, verte... La pucha, cómo se sufre tu ausencia.
Me siento a destiempo, no coordino, no paro de pensar. No, nunca alcanza con pensar que estás conmigo siempre. Queremos que no duela tanto, pero es díficil anestesiar algunas cosas.

La felicidad es gratis...



No quiero necesitarte... porque no puedo tenerte.
Siete simples reglas para esconderse en la vida:
1- Nunca confíes en un policía con un traje de lluvia (se necesita un ladrón para atrapar un ladrón)
2- Tenés que ser entusiasta en el amor. Es temporal y puede terminar muy rápido.
3- Si te preguntan si te preocupas por los problemas del mundo mirá profundamente en los ojos de quién te pregunta. No va a volver a preguntar.
4 y 5- Nunca des tu nombre verdadero. Y nunca te mires. Nunca mires.
6- Nunca digas ni hagas nada que la persona que está enfrente tuyo no pueda entender.
7- Nunca crees nada. Va a ser malinterpretado. Te va a encadenar y te va a seguir por el resto de tu vida, y nunca va a cambiar.

Acepto el caos.
No estoy segura si el caos me aceptará a mi.
- ¿Qué somos?
- No sé, ¿qué importa eso? Soy muy felíz, ¿vos no?

 Vivir en Endora es como bailar sin música.

















 

—Gilbert, eres mi caballero de la reluciente armadura. 

—Creo que es... brillante 

—No, tú reluces, reluces y deslumbras



—¿Qué deseas tú? Sólo para ti. 
—Ser una buena persona.


Me he cepillado el pelo hasta dejarlo brillante, me he puesto mi vestido verde, el que te gusta, y he cruzado la plaza para llenarme los ojos con esa luz que se cuela entre las copas de los árboles y deja dos escarabajos de oro en mis pupilas. Porque voy a verte. 
Porque voy a verte aún sabiendo que es para decirte adiós, para que me digas adiós, para que me aprietes las manos entre las tuyas y me hables del amor que ha crecido entre nosotros, pero no es una enredadera que da campanillas violáceas sino una hiedra oscura, que nunca sabrá de flores.
Sé todo lo que va a ocurrir. 
Rodará un llanto azul por mi mejilla. 
La nombrarás para sentirte menos culpable. Hablarás de ella, de sus años de fervor y entrega, de las tranquilas paredes de tu casa, sacudidas por las pequeñas manchas que les hicieron las manos de tus hijos. hablarás también de ellos: dirás sus nombres con voz trémula, y yo me enterneceré y los acunaré en mi mente, como si me pertenecieran. 
Es tu " yo pecador" hablarme de eso, después de haber soltado amarras, después de haber viajado conmigo entre tus brazos por un mar de ángeles sentenciosos y risas asfixiadas por tus besos y vientos de fuego quemándose en la sencilla y honda ceremonia de la pasión y el estremecimiento. Cuando me confesaste que no eras libre, ya estaba enamorada de ti, ya me querías.
Sentí que el universo se vaciaba y me tragaba en sucesivos terremotos; que me hundía buscando donde apoyar los pies. 
Pero te quiero, dijiste. 
Y la tierra volvió bajo mis pies, se cerraron las grietas, se soldaron los abismos, todas las cosas volvieron a su lugar. 
Tan sólo una pátina gris sobre mi vida, sobre mi cuerpo, oscureciéndose, aplastando mis movimientos hasta volverlos lentos gestos de autómata. 
Pero te quiero.. 
Me colgué de esas tres palabras para no morir. Entonces empezó la ansiedad de nuestros encuentros. Empezaste a nombrarla cada vez, a amarla para mí, para que supiera sus colores, sus actos, su forma de pensar. 
Tan distinta a mí. Tan distante de ti y, sin embargo, teniéndote. Porque tu no sabías, que era ella y no yo quien te tenía. 
Y yo lo fui sabiendo, sin querer, sin proponerme saber, lo fui sabiendo día a día y fui ocultándotelo con miedo de que lo advirtieras. 
Mientras no lo supieras me albergarías en un rincón de tu ser y de tu mente, y segurías pensando que yo era tu motor, que yo era la corriente de luz que te impulsaba, tu oasis, tu huerto y engalanado de frutos para el hambre y arroyos para la sed. 
Egoísta, aferrada, empecinada, recortándote con el filoso cuchillo de la posesión, recortándote de tu estampa familiar en la que ellos te rodeaban, para alargar mi agonía. 
¿ En qué momento descubre el árbol que su verdad es la raíz y no el libre ramaje que lo acerca al cielo y lo agita en el aire?... 
¿ En qué momento ibas a darte cuenta de esto?. Unas semanas más y sucedió. 
Era lo inevitable, lo esperado con miedo, lo presentido, eran los fantasmas corporizándose. 
Me llamaste con una voz triste, pero segura y firme: 
Tengo que hablar contigo, por última vez.... 
Bueno.... 
Mañana, me dijiste; a las tres de la tarde... 
Y hoy es mañana. 
Rodará un llanto azul por mi mejilla en el momento del adiós. Rodará un llanto azul por tu mejilla en el momento de la verdad.
¿ Porqué entonces este afán de gustarte, este cruzar la plaza para llenarme de luz dando la hora del encuentro, si sé que va a ser el último y nunca más, nunca, nunca más volveré a verte, volveré a estrecharme contra ti?. 
Voy a morir un poco y me acicalo. 
Voy al entierro de mi luz y me ilumino. 
Voy al martirio y sonrío. 
Endulzo el café, lo siento amargo. 
Tiemblo, te quiero. 
Voy a evitarte una tortura. 
Voy a hacer algo por el amor que me recorre, que me aprieta frente al límite del olvido. 
Llamo al camarero, pago mi café. 
Huyo. Huyo de este lugar y del encuentro. 
Me esperarás en vano. No verás mis ojos mojados. No tendrás que decirme tu discurso de despedida.
No responderé tus llamados, si me llamas.
Ya ves te facilito tu tarea, evito que te conviertas en mi verdugo.
No es un acto de arrojo solamente; es una forma de inventarme la manera de creer que hubiera rodado un llanto azul por tu mejilla en el momento de la despedida. Un llanto azul por mí.
Un llanto azul. 
Porque si voy y estás sereno y duro, si voy y tus ojos permanecen secos, será la muerte verdadera, así...puedo llenar de azul este recuerdo.. 
De un llanto azul, un llanto azul por mí.. 
Quisiera tener una casa con olor a comida casera todos los días
tal vez tenga que casarme con un cocinero
o con un astronauta
tal vez divague demasiado
Quisiera construir un castillo de ilusiones
que flote en un cielo de terciopelo
que no exploten
que no se desvanezcan
que se mantengan
que me den vida, todos los días
que la eternidad exista no sólo en una palabra
que seas todas las palabras
que me descubras
que me mientas
que me sientas
en el tacto, en las nubes, en el algodón
que estés
que no seas sólo una palabra
que seas todas a la vez...


 Ne me quitte pas
 Ne me quitte pas
 Ne me quitte pas
 Ne me quitte pas
 Ne me quitte pas
:(

Un día perfecto para un pez banana - J.D. Salinger

En el hotel había noventa y siete publicitarios neoyorquinos, y monopolizaban las líneas telefónicas de larga distancia de tal manera que la chica del 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediodía hasta las dos y media de la tarde. Pero no perdió el tiempo. En una revista femenina de bolsillo leyó una nota titulada El sexo es divertido... o infernal. Lavó su peine y su cepillo. Quitó una mancha de la falda de su traje beige. Corrió un poco el botón de la blusa de Saks. Se arrancó los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando, por fin, la operadora la llamó, estaba sentada al lado de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la mano izquierda. 
Era una chica a la que una llamada telefónica no le hacía gran efecto. Daba la impresión de que el teléfono hubiera estado sonando constantemente desde que ella alcanzó la pubertad. 
Mientras el teléfono llamaba, con el pincelito del esmalte se repasó la uña del dedo meñique, acentuando el borde de la luna. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del asiento junto a la ventana un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de luz, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya tendida y -ya era la cuarta o quinta llamada- levantó el tubo del teléfono. 
-Hola -dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que tenía puesto, salvo las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño. 
-Su llamada a Nueva York, señora Glass -dijo la operadora. 
-Gracias -contestó la chica, e hizo lugar en la mesita de luz para el cenicero. 
A través del auricular llegó una voz de mujer: 
-¿Muriel? ¿Eres tú? 
La chica alejó un poco el auricular del oído. 
-Sí, mamá. ¿Cómo estás? -dijo. 
-He estado preocupadísima por ti. ¿Por qué no llamaste? ¿Estás bien? 
-Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos acá han... 
-¿Estás bien, Muriel? 
La chica aumentó un poco más el ángulo entre el auricular y su oreja. 
-Estoy perfectamente. Con calor. Este es el día más caluroso que ha habido en la Florida desde... 
-¿Por qué no llamaste? Estuve tan preocupada... 
-Mamá, querida, no me grites. Puedo oírte perfectamente -dijo la chica-. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después... 
-Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que... ¿Estás bien, Muriel? Dime la verdad. 
-Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo. 
-¿Cuándo llegaron? 
-No sé... el miércoles, a la madrugada. 
-¿Quién manejó? 
-El -dijo la chica-. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada. 
-¿Manejó él? Muriel, me diste tu palabra de que... 
-Mamá -interrumpió la chica-, acabo de decírtelo. Condujo perfectamente. No pasamos de ochenta en todo el camino, ésa es la verdad. 
-¿No trató de hacerse el tonto otra vez con los árboles? 
-Vuelvo a repetirte que manejó muy bien, mamá. Vamos, por favor. Le pedí que se mantuviera cerca de la línea blanca del centro, y todo lo demás, y entendió perfectamente, y lo hizo. Hasta se esforzaba por no mirar los árboles... podía notarse. Entre paréntesis, ¿papá hizo arreglar el auto? 
-Todavía no. Piden cuatrocientos dólares, sólo para... 
-Mamá, Seymour le dijo a papá que pagaría él. No hay motivo, entonces... 
-Bueno, ya veremos. ¿Cómo se portó? Digo, en el auto y demás... 
-Muy bien -dijo la chica. 
-¿Siguió llamándote con ese horroroso...? 
-No. Ahora tiene uno nuevo. 
-¿Cuál? 
-Mamá... ¡qué importancia tiene! 
-Muriel, insisto en saberlo. Tu padre... 
-Está bien, está bien. Me llama Miss Buscona Espiritual 1948 -dijo la chica, con una risita. 
-No tiene nada de gracioso, Muriel. Nada de gracioso. Es horrible. Realmente, es triste. Cuando pienso cómo... 
-Mamá -interrumpió la chica-, escúchame. ¿Te acuerdas de aquel libro que me mandó de Alemania? Acuérdate... esos poemas en alemán. ¿Qué hice con él? Me he estado rompiendo la cabeza... 
-Tú lo tienes. 
-¿Estás segura? -dijo la chica. 
-Por supuesto. Es decir, lo tengo yo. Está en el cuarto de Freddy. Lo dejaste aquí y no había lugar en la... ¿Por qué? ¿El te lo pidió? 
-No. Simplemente me preguntó por él, cuando veníamos en el auto. Me preguntó si lo había leído. -¡Pero está en alemán! 
-Sí, querida. Ese detalle no tiene importancia -dijo la chica, cruzando las piernas-. Dijo que casualmente los poemas habían sido escritos por el único gran poeta de este siglo. Me dijo que debería haber comprado una traducción o algo así. O aprendido el idioma... nada menos... 
-Espantoso. Espantoso. En verdad es triste. Anoche dijo tu padre. 
.. -Un segundito, mamá -dijo la chica. Cruzó hasta el asiento junto a la ventana en busca de sus cigarrillos, encendió uno y volvió a sentarse en la cama-. ¿Mamá? -dijo, exhalando el humo. 
-Muriel... mira, escúchame. 
-Te estoy escuchando. 
-Tu padre habló con el doctor Sivetski. 
-¿Ajá? -dijo la chica. 
-Le contó todo. Por lo menos, así me dijo... ya sabes cómo es tu padre. Los árboles. Ese asunto de la ventana. Las cosas horribles que le dijo a la abuela acerca de sus proyectos sobre la muerte. Lo que hizo con esas fotos tan hermosas de las Bermudas... todo. 
-¿Y entonces...? -dijo la chica. 
-En primer lugar, dijo que era un verdadero crimen que el ejército lo hubiera dado de alta en el hospital. Palabra. En definitiva, dijo a tu padre que hay una posibilidad... una posibilidad muy grande, dijo, de que Seymour pierda por completo la cabeza. Te lo juro. 
-Aquí en el hotel hay un psiquiatra -dijo la chica. 
-¿Quién? ¿Cómo se llama? 
-No sé. Rieser o algo así. Dicen que es muy bueno. 
-Nunca lo oí nombrar. 
-De todos modos dicen que es muy bueno. 
-Muriel, por favor, no seas inconsciente. Estamos muy preocupados por ti. Lo cierto es que... anoche tu padre estuvo a punto de cablegrafiarte que volvieras inmediatamente a casa... 
-Por ahora no pienso volver, mamá. Así que tómalo con calma... 
-Muriel... palabra... El doctor Sivetski dijo que Seymour podía perder por completo la... 
-Mamá, acabo de llegar. Hace años que no me tomo vacaciones, y no pienso meter todo en la valija y volver a casa porque sí -dijo la chica-. De cualquier modo, ahora no podría viajar. Estoy tan quemada por el sol que ni me puedo mover. 
-¿Te quemaste mucho? ¿No usaste ese bronceador que te puse en la valija? Está... 
-Lo usé. Me quemé lo mismo. 
-¡Qué horror! ¿Dónde te quemaste? 
-Me quemé toda, mamá, toda. 
-¡Qué horror! 
-No me voy a morir. 
-Dime, ¿le hablaste a ese psiquiatra? -Bueno... sí... más o menos... -dijo la chica. 
-¿Qué dijo? ¿Dónde estaba Seymour cuando le hablaste? 
-En la Sala Océano, tocando el piano. Tocó el piano las dos noches que hemos pasado aquí. -Bueno, ¿qué dijo? 
-¡Oh, no mucho! El fue el primero en hablar. Yo estaba sentada anoche a su lado, jugando al Bingo, y me preguntó si el que tocaba el piano en la otra sala era mi marido. Le dije que sí, y me preguntó si Seymour no había estado enfermo o algo por el estilo. Entonces yo le dije... 
-¿Por qué te hizo esa pregunta? 
-No sé, mamá. Tal vez porque lo vio tan pálido, y qué sé yo -dijo la chica-. La cuestión es que después de jugar al Bingo, él y su mujer me invitaron a tomar una copa. Y yo acepté. La mujer es espantosa. ¿Te acuerdas de aquel vestido de noche tan horrible que vimos en la vidriera de Bonwit? Que tú dijiste que había que tener un chico, chiquísimo... 
-¿El verde? 
-Lo tenía puesto. Con esas caderas. Se la pasó preguntándome si Seymour estaba emparentado con esa Suzanne Glass que tiene una tienda en la avenida Madison... la mercería... 
-¿Pero él qué dijo? El médico. 
-¡Ah! sí... Bueno... en realidad, mucho no dijo. Sabes, estábamos en el bar. Había un bochinche terrible. -Sí, pero... ¿le... le dijiste lo que trató de hacer con el sillón de la abuela? 
-No, mamá. No abundé en detalles -dijo la chica-. Seguramente podré hablarle de nuevo. Se pasa todo el día en el bar. 
-¿No dijo si había alguna posibilidad de que pudiera ponerse... tú sabes, raro, o algo así...? ¿De que pudiera hacerte algo...? 
-En realidad, no -dijo la chica-. Necesita conocer más detalles, mamá. Tienen que saber todo sobre la infancia de uno... todas esas cosas. Ya te digo, el ruido era tal que apenas podíamos hablar. 
-En fin. ¿Y tu abrigo azul? 
-Bien. Le aliviané un poco el forro. 
-¿Cómo es la ropa este año? 
-Terrible. Pero encantadora. Por todos lados se ven lentejuelas -dijo la chica. 
-¿Y tu habitación? 
-Está bien. Pero nada más que eso. No pudimos conseguir la habitación que nos daban antes de la guerra -dijo la chica-. Este año la gente es un espanto. Tendrías que ver a los que se sientan al lado nuestro en el comedor. Parece que hubieran venido en un camión. 
-Bueno, en todas partes es igual. ¿Y tu vestido tipo bailarina? 
-Demasiado largo. Te dije que era demasiado largo. 
-Muriel, te lo voy a preguntar una vez más... ¿En serio estás bien? 
-Sí, mamá -dijo la chica-. Por enésima vez. 
-¿Y no quieres volver a casa? 
-No, mamá. 
-Tu padre dijo anoche que estaría encantado de hacerse cargo si quisieras irte sola a algún lado y pensarlo bien. Podrías hacer un hermoso crucero. Los dos pensamos... 
-No, gracias -dijo la chica, y descruzó las piernas-. Mamá, esta llamada va a costar una flor... 
-Cuando pienso cómo estuvieste esperándolo a ese muchacho durante toda la guerra... quiero decir, cuando una piensa en esas esposas tan locas que... 
-Mamá -dijo la chica-. Colguemos. Seymour puede llegar en cualquier momento. 
-¿Dónde está? 
-En la playa. 
-¿En la playa? ¿Solo? ¿Se porta bien en la playa? 
-Mamá -dijo la chica-. Hablas de él como si fuera un loco furioso. 
-No dije nada de eso, Muriel. 
-Bueno, ésa es la impresión que das. Mira, todo lo que hace es estar tendido en la arena. Ni siquiera se quita la salida de baño. 
-¿No se quita la salida de baño?¿Por qué no? 
-No lo sé. Tal vez porque tiene la piel tan blanca. 
-Dios mío, necesita tomar sol. ¿Por qué no lo obligas? 
-Lo conoces muy bien -dijo la chica, y volvió a cruzarse de piernas-. Dice que no quiere tener un montón de imbéciles alrededor mirándole el tatuaje. 
-¡Si no tiene ningún tatuaje! ¿O acaso se hizo tatuar cuando estaba en la guerra? 
-No, mamá. No, querida -dijo la chica, y se puso de pie-. Escúchame, a lo mejor te llamo otra vez mañana. 
-Muriel. Hazme caso. 
-Sí, mamá -dijo la chica, cargando su peso sobre la pierna derecha. 
-Llámame en el mismo momento en que haga, o diga, algo raro..., tú me entiendes. ¿Me oyes? 
-Mamá, no le tengo miedo a Seymour. 
-Muriel, quiero que me lo prometas. 
-Bueno, te lo prometo. Adiós, mamá -dijo la chica-. Cariños a papá -colgó. 
-Ver más vidrio (*) -dijo Sybil Carpenter, que estaba alojada en el hotel con su mamá-. ¿Viste más vidrio? 
-Gatita, por favor, no sigas repitiendo eso. La vas a enloquecer a mamita. Quédate quieta, por favor. 
La señora Carpenter untaba la espalda de Sybil con bronceador, repartiéndolo sobre sus omóplatos, delicados como alas. Sybil estaba precariamente sentada en una enorme y tensa pelota de playa, mirando el océano. Usaba un traje de baño de color amarillo canario, de dos piezas, una de las cuales no necesitaría realmente por nueve o diez años más. 
-En verdad no era más que un pañuelo de seda común... una podía darse cuenta cuando se acercaba a mirarlo -dijo la mujer sentada en la reposera contigua a la de la señora Carpenter-. Ojalá supiera cómo lo anudó. Era una preciosura. 
-Por lo que usted me dice, parece precioso -asintió la señora Carpenter. 
-Quédate quieta, Sybil, gatita... 
-¿Viste más vidrio? -dijo Sybil. 
La señora Carpenter suspiró. 
-Muy bien -dijo. Tapó el frasco de bronceador-. Ahora vete a jugar, gatita. Mamita va a ir al hotel a tomar un copetín con la señora Hubbel. Te traeré la aceituna. 
Cuando quedó en libertad, Sybil corrió de inmediato hacia la parte asentada de la playa y echó a andar hacia el Pabellón de los Pescadores. Se detuvo únicamente para hundir un pie en un castillo inundado y derruido, y enseguida dejó atrás la zona reservada a los clientes del hotel. 
Caminó cerca de medio kilómetro y de pronto echó a correr oblicuamente, alejándose del agua hacia las arenas flojas. Se detuvo al llegar al sitio en que un hombre joven estaba echado de espaldas. 
-¿Vas a ir al agua, ver más vidrio? -dijo. 
El joven se sobresaltó, y se llevó la mano derecha, instintivamente, a las solapas de su salida de baño. Se volvió boca abajo, dejando caer una toalla enrollada como una salchicha que tenía sobre los ojos, y miró de reojo a Sybil. 
-¡Ah!, hola Sybil. 
-¿Vas a ir al agua? 
-Te estaba esperando -dijo el joven-. ¿Qué hay de nuevo? 
-¿Qué? -dijo Sybil. 
-¿Qué hay de nuevo? ¿Qué programa tenemos? 
-Mi papá llega mañana en avión -dijo Sybil, pateando la arena. 
-No me tires arena a la cara, nena -dijo el joven, tomando con una mano el tobillo de Sybil-. Bueno, era hora de que tu papi llegara. Lo he estado esperando cada minuto. Cada minuto. 
-¿Dónde está la señora? 
-¿La señora? -el joven hizo un movimiento, sacudiéndose la arena del pelo ralo-. Difícil saberlo, Sybil. Puede estar en miles de lugares. En la peluquería. Haciéndose teñir el pelo de color visón. O haciendo muñecos para los chicos pobres en su habitación. 
Poniéndose boca abajo cerró los dos puños, apoyó uno encima del otro y acomodó el mentón sobre el de arriba. 
-Pregúntame algo más, Sybil -dijo-. Tienes un traje de baño muy lindo. Si hay algo que me gusta, es un traje de baño azul. 
Sybil lo miró fijo, y después contempló su barriga sobresaliente. 
-Este es amarillo -dijo-. Es amarillo. 
-¿En serio? Acércate un poco más. 
Sybil dio un paso adelante. 
-Tienes toda la razón del mundo. Qué tonto soy. 
-¿Vas a ir al agua? -dijo Sybil. 
-Lo estoy considerando seriamente, Sybil. Lo estoy pensando muy en serio, si quieres saberlo. Sybil hundió los dedos en el flotador de goma que el joven usaba a veces como almohadón. -Necesita aire -dijo. 
-Es verdad. Necesita más aire de lo que estoy dispuesto a reconocer -retiró los puños y dejó que el mentón descansara en la arena-. Sybil -dijo-, estás muy linda. Es un gusto verte. Cuéntame algo de ti -estiró los brazos hacia adelante y tomó en sus manos los dos tobillos de Sybil-. Yo soy capricorniano. 
¿Cuál es tu signo? 
-Sharon Lipschutz dijo que la dejaste sentarse a tu lado en el taburete del piano -dijo Sybil. 
-¿Sharon Lipschutz dijo eso? 
Sybil asintió enérgicamente. 
Le soltó los tobillos, encogió los brazos y recostó el costado de la cara en el antebrazo derecho. 
-Bueno -dijo-. Tú sabes cómo son estas cosas, Sybil. Yo estaba sentado ahí, tocando. Y tú te habías perdido de vista totalmente y vino Sharon Lipschutz y se sentó a mi lado. No podía sacarla de un empujón, ¿no es cierto? 
-Sí que podías. 
-!Ah!, no. No era posible -dijo el joven-. Pero, ¿sabes lo que hice, en cambio? 
-¿Qué? 
-Hice de cuenta que eras tú. 
Sybil inmediatamente bajó la cabeza y empezó a cavar en la arena. 
-Vamos al agua -dijo. 
-Bueno -replicó el joven-. Creo que puedo arreglarme para hacerlo. 
-La próxima vez, sácala de un empujón -dijo Sybil. 
-¿Que saque a quién? 
-A Sharon Lipschutz. 
-¡Ah!, Sharon Lipschutz -dijo él-. ¡Cómo aparece siempre ese nombre! Mezcla de recuerdos y deseos -repentinamente se puso de pie y miró el mar-. Sybil -dijo-, ya sé lo que podemos hacer. Vamos a tratar de pescar un pez banana. 
-¿Un qué? 
-Un pez banana -dijo, y desanudó el cinto de su salida de baño. 
Se la quitó. Tenía los hombros blancos y angostos y el pantalón de baño era azul eléctrico. Plegó la salida, primero a lo largo, después en tres dobleces. Desenrolló la toalla que había puesto sobre los ojos, la tendió sobre la arena y puso encima la salida plegada. Se agachó, recogió el flotador y lo sujetó bajo su brazo derecho. Luego, con la mano izquierda tomó la de Sybil. 
Los dos echaron a andar hacia el mar. 
-Me imagino que ya habrás visto unos cuantos peces banana -dijo el joven. . -¿En serio que no? Pero, ¿dónde vives, entonces? 
-No sé -dijo Sybil. 
-Claro que sabes. Tienes que saber. Sharon Lipschutz sabe donde vive, y no tiene más que tres años y medio. 
Sybil se detuvo y de un tirón arrancó su mano de la de él. Recogió una conchilla común y la observó con estudiado interés. Luego la tiró. 
-Whirly Wood, Connecticut -dijo, y echó nuevamente a andar, con la barriga hacia adelante. -Whirly Wood, Connecticut -dijo el joven-. ¿Eso, por casualidad, no está cerca de Whirly Wood, Connecticut? Sybil lo miró: 
-Ahí es donde vivo -dijo con impaciencia-. Vivo en Whirly Wood, Connecticut. 
Se adelantó unos pasos, tomó el pie izquierdo con la mano izquierda y dio dos o tres saltos. 
-No te imaginas cómo eso aclara todo -dijo él. 
Sybil soltó su pie: -¿Has leído El negrito sambo? -dijo. 
-Es gracioso que me preguntes eso -dijo él-. Da la casualidad que acabé de leerlo anoche -se inclinó y volvió a tomar la mano de Sybil-. ¿Qué te pareció? -le preguntó. 
-¿Los tigres corrían todos alrededor de ese árbol? 
-Creí que nunca iban a parar. Jamás vi tantos tigres. 
-No eran más que seis -dijo Sybil. 
-¡Nada más que seis! -dijo el joven-. ¿Y dices nada más? 
-¿Te gusta la cera? -preguntó Sybil. 
-¿Si me gusta qué? -dijo el joven. 
-La cera. 
-Mucho. ¿A ti no? 
Sybil asintió con la cabeza. -¿Te gustan las aceitunas? -preguntó. 
-¿Las aceitunas?... Sí. Las aceitunas y la cera. Nunca voy a ningún lado sin ellas. 
-¿Te gusta Sharon Lipschutz? -preguntó Sybil. 
-Sí. Sí, me gusta. Lo que me gusta más que nada de ella es que nunca le hace cosas feas a los perritos en la sala del hotel. Por ejemplo a ese bulldog enano de la señora canadiense. Te resultará difícil creerlo, pero hay algunas nenas que se divierten mucho molestándolo con los palitos de los globos. Pero Sharon, jamás. Nunca es mala ni grosera. Por eso la quiero tanto. 
Sybil no dijo nada. 
-Me gusta masticar velas -dijo ella por último. 
-¡Ah!, ¿y a quién no? -dijo el joven mojándose los pies-. ¡Caracoles! Está fría. -Dejó caer el flotador en el agua-. No, espera un segundo, Sybil. Espera a que estemos un poquito más afuera. 
Avanzaron hasta que el agua llegó a la cintura de Sybil. Entonces el joven la levantó y la depositó boca abajo en el flotador. 
-¿Nunca usas gorra de baño ni nada de eso? -preguntó. 
-No me sueltes -dijo Sybil-. Sujétame, ¿quieres? 
-Señorita Carpenter. Por favor. Yo sé lo que estoy haciendo -dijo el joven-. Sólo ocúpate de ver si aparece un pez banana. Hoy es un día perfecto para peces banana. 
-No veo ninguno -dijo Sybil. 
-Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. Muy curiosas. 
Siguió empujando el flotador. El agua no le alcanzaba al pecho. 
-Llevan una vida muy triste -dijo-. ¿Sabes lo que hacen, Sybil? 
Ella meneó la cabeza. 
-Bueno, te diré. Entran en un pozo que está lleno de bananas. Cuando entran, parecen peces como todos los demás. Pero una vez adentro, se portan como cochinos. ¿Sabes?, he oído hablar de peces banana que han entrado nadando en pozos de bananas y llegaron a comer setenta y ocho bananas -empujó al flotador y a su pasajera treinta centímetros más cerca del horizonte-. Claro, después de eso engordan tanto que no pueden volver a salir. No pasan por la puerta. 
-No vayamos tan lejos -dijo Sybil-. ¿Y qué pasa después con ellos? 
-¿Qué pasa con quiénes? 
-Con los peces banana. 
-Bueno, ¿te refieres a después de comer tantas bananas que no pueden salir del pozo? 
-Sí -dijo Sybil. 
-Mira, lamento decírtelo, Sybil. Se mueren. 
-¿Por qué? -preguntó Sybil. 
-Contraen fiebre bananífera. Es una enfermedad terrible. 
-Ahí viene una ola -dijo Sybil nerviosa. 
-La ignoraremos. La mataremos con la indiferencia -dijo el joven-, como dos engreídos. -Tomó los tobillos de Sybil con ambas manos y empujó para adelante y para abajo. El flotador levantó la proa por encima de la ola. El agua empapó los cabellos rubios de Sybil, pero sus gritos eran de puro placer. Cuando el flotador estuvo nuevamente en posición horizontal, se apartó de los ojos un mechón de pelo pegado, húmedo, y comentó: -Acabo de ver uno. 
-¿Un qué, mi amor? 
-Un pez banana. 
-¡No, por Dios! -dijo el joven-. ¿Tenía alguna banana en la boca? 
-Sí -dijo Sybil-. Seis. 
El joven de pronto tomó uno de los empapados pies de Sybil que colgaban por el borde del flotador y le besó la planta. 
-¡Eh! -dijo la propietaria del pie, volviéndose. 
-¿Cómo, eh? Ahora volvamos. ¿Ya te divertiste bastante? 
-¡No! 
-Lo siento -dijo, y empujó el flotador hacia la playa hasta que Sybil descendió. El resto del camino lo llevó bajo el brazo. 
-Adiós -dijo Sybil y salió corriendo, sin lamentarlo, en dirección al hotel. 
El joven se puso la salida de baño, cruzó bien sus solapas y metió la toalla en el bolsillo. Recogió el flotador mojado y resbaloso y lo acomodó bajo el brazo. Caminó solo, trabajosamente, por la arena caliente, blanda, hasta el hotel. 
En el primer nivel de la planta baja del hotel -que los bañistas debían usar según instrucciones de la gerencia- entró con él en el ascensor una mujer con la nariz cubierta de pomada de zinc. -Veo que me está mirando los pies -dijo él, cuando el ascensor se puso en marcha. 
-¿Cómo dice? -dijo la mujer. 
-Dije que veo que me está mirando los pies. 
-¡Cómo dijo! Casualmente estaba mirando el piso -dijo la mujer, y se dio vuelta enfrentando las puertas del ascensor. 
-Si quiere mirarme los pies, dígalo -dijo el joven-. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo con tanto disimulo. 
-Déjeme salir, por favor -dijo rápidamente la mujer a la ascensorista. 
Las puertas se abrieron y la mujer salió sin mirar hacia atrás. 
-Tengo los pies completamente normales y no veo por qué demonios tienen que mirármelos -dijo el joven-. Quinto piso por favor. 
Sacó la llave del cuarto del bolsillo de su salida de baño. 
Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a valijas nuevas de cuero de vaquillona y a quitaesmalte de uñas. 
Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las valijas, la abrió y extrajo una automática debajo de una pila de calzoncillos y camisetas -Ortgies calibre 7.65-. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Corrió el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se descerrajó un tiro en la sien derecha.